«Solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar, las demás las hacemos todos en común»

Clara Campoamor nació en Madrid el 12 de febrero de 1888, su madre, Pilar Rodriguez, era costurera y su padre, Manuel Campoamor, nació en Santoña en 1855 y era contable en un periódico. Su abuela paterna, Nicolasa Martínez, era natural de Argoños.

Abogada, escritora y política fue una de las principales impulsoras del sufragio femenino en España, que se logró en 1931,  y por primera vez fue ejercido por las mujeres en las elecciones de 1933. Murió exiliada en Suiza el 30 de abril de 1972 tras haberse visto obligada a huir de España a causa de la Guerra.

Con 32 años se matricula en la Facultad de Derecho, en un tiempo en que la presencia de la mujer en la Universidad era mirada con recelo. Finaliza la carrera en dos años, convirtiéndose a partir de 1925 en una de las primeras mujeres abogadas ejercientes en España.

Electa para Cortes Constituyentes en junio de 1931 por la Coalición Republicano-Socialista es una de las tres mujeres que ocupan escaño  en este periodo legislativo.

Defiende en Cortes el sufragio femenino compartiendo protagonismo con Victoria Kent (Izquierda Republicana). Ambas apoyaron posturas opuestas en el debate, que el 1 de octubre de 1931 acabó con la aprobación del sufragio femenino por 161 votos a favor y 121 en contra. Lo apoyaron el Partido Socialista, con señaladas excepciones, como la de Indalecio Prieto; la derecha y pequeños núcleos republicanos. Votaron en contra el propio grupo de Campoamor, los radicales socialistas y Acción Republicana.

Tras la votación el artículo 36 de la Constitución de 1931 establecía que «los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes» haciendo de España una nación pionera en la consagración de este derecho.

La ley de reconocimiento de la paternidad ilegítima también es otra de sus obras y defiende el derecho al divorcio tramitando algunos  de los primeros que se conceden en el país algunos de ellos muy sonados como el de la escritora cántabra Concha Espina, católica que llevaba más de veinte años separada de su marido, y el de Josefina Blanco, casada con Valle-Inclán

«No podéis venir aquí vosotros a legislar ,a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras»




La apasionada y brillante campaña de Clara Campoamor  a favor del derecho de la mujer al voto,  logró que el sufragio universal se implantara en España a partir de 1931. Pero esa victoria tuvo como precio el progresivo aislamiento de Clara Campoamor en la escena política española de la Segunda República. A partir de 1934, año el que abandona el partido Radical y le deniegan la entrada en Izquierda Republicana, Campoamor se convierte en una republicana sin partido. El voto femenino y yo: mi pecado mortal (1935) es un ajustado relato de defensa de su actuación y de su lucha a favor de los derechos de la mujer, pero también de su soledad política; soledad que no la abandonaría ya nunca y que habría de continuar durante la guerra civil y su posterior exilio en Argentina y Suiza.

La primavera de 1936 sorprendió a Clara en Madrid, donde asistió a los prolegómenos de la Revolución y, ya en verano, al estallido de la guerra civil. Campoamor, temiendo por su vida, tuvo que huir de la zona republicana en el otoño de 1936, y se instaló en Suiza. A finales de aquel año había redactado el cuerpo principal de su más conocido libro La revolución española vista por una republicana, que se publicó en francés, en 1937, y que puede encontrarse también en el catálogo de Espuela de Plata, donde se ha reeditado varias veces. Esta obra, originalísima, no se limita a reflejar el terror vivido en Madrid durante los primeros meses de la guerra, sino que constituye un clarividente análisis de los orígenes de la guerra, así como de las previsibles dificultades que nacerían de la victoria de cualquiera de los contendientes.


«¿Y yo qué soy? Soy demócrata, feminista y pacifista»


Política republicana y abogada, fue la primera mujer en España en defender casos ante los tribunales y en acceder al Congreso de los Diputados. A ella le debemos la ley del divorcio y el verdadero sufragio universal. Mujer hecha a sí misma se elevó desde las capas más humildes de la sociedad. Su tenacidad, inteligencia e historia personal, la convierten en un ejemplo de superación.