¿Unas memorias? ¿Un dietario? ¿Un libro de viajes? ¿Un ensayo sobre la literatura y el mundillo literario? ¿Una crónica de la literatura española entre los siglos XX y XXI? ¿Una novela social? ¿Una carta de suicidio?
Más bien un exorcismo, ya que no por casualidad arranca con una invocación al padre Karras de El exorcista. Dice la autora, acaso poseída: «Soy una escritora que pide un ascenso y ya es demasiado vieja para ascender. Soy una escritora que no cree −para nada− en la autonomía del campo cultural. Soy una escritora, en medio de la selva, que se abre camino entre la vegetación con un machetito mellado». Y asegura: «Escribo un libro para salvarme de los libros y sus repliegues laterales. Sus turbulencias y su moho. Su copyright. Para recuperar una pureza que solo me haga pensar en que Confucio es el padre de la confución y enunciar grandes palabras que trascienden lo local para transformarse en asunto humano, demasiado humano […]. Una literatura sin la mugre de la envidia o la negociación del anticipo. Sin portadas ni listas de notables en los suplementos literarios».
Tiene el lector en sus manos un ejercicio literario libérrimo, batallador, rebosante de reflexiones sagaces y de un gozoso sentido del humor. He aquí condensada la vida (y milagros), el cuerpo, de una escritora perpleja ante la realidad y empeñada en seguir tomando la palabra. Con resentimiento y gratitud hacia nosotros, lectores, que la esperamos a este otro lado.
Si tenemos en Anaïs Libros auténtica devoción por Faulkner, no es menor la que tenemos por Marta Sanz que acaba de publicar Los íntimos (Memoria del pan y las rosas) con la editorial Anagrama. Un libro que se va para casa a la parte de arriba del montón de la mesilla.
El cuarto de los sombreros, nuevo libro de Gustavo Martín Garzo reúne dos historias.
En la primera de ellas, El cuarto de los sombreros, dos mujeres jóvenes viven un tiempo en la misma casa, comparten paseos y proyectos, todo se lo cuentan. Mas un día la vida las separa y se dejan de ver. Pasan los años y una de ellas, que ya es una anciana, se entera casualmente de que, poco antes de morir, su antigua amiga escribió un libro sobre el tiempo que compartieron. Y descubre que lo que se cuenta en él es una extraña historia de amor entre las dos. Una historia que nunca sucedió y que, sin embargo, le parece más real que todos sus recuerdos de entonces.
En la segunda historia, La mentirosa, una niña cree ver en la oscuridad de una cueva algo que cambiará no solo su vida sino la de la comunidad en que vive, hasta provocar su desgracia.
En ninguna de las dos historias, como pasa en los cuentos, las cosas son lo que parecen. Y así un trastero donde se guardan viejos sombreros se transforma inesperadamente en una estancia encantada, un vestido puede apoderarse de la voluntad de una muchacha y obligarla a hacer cosas que sin él nunca habría hecho, la sala desvencijada de un cine donde dos amigas ven, cogidas de la mano, Gertrud, la última película de Carl Theodor Dreyer, se convierte, para su asombro, en uno de esos lugares donde se celebran las bodas entre la oscuridad y la luz, entre la realidad y el sueño, entre la vida y la muerte. Lugares todos ellos, como la oscuridad de la cueva donde la niña de La mentirosa tiene sus visiones, que hablan de esas regiones de naturaleza intangible y sagrada que aún perviven en el mundo. No hablan de lo perdido estas historias, sino de lo que regresa a nosotros misteriosamente intacto, como los cuerpos de aquellos amantes que encontraron abrazados bajo la lava de Pompeya. Nos enseñan que el don de la vida, como afirmó Nabokov, es fundamentalmente el don del pasado. Merecerlo es abrirse al asombro de que nada de cuanto hemos amado puede perderse del todo.
Irene Arrias nació en Algorta, pero también mira de frente, sin filtros, al resto del mundo. Por eso se obsesiona con todas las formas de violencia que, cerca o lejos, es capaz de sentir como propias: los ataques, las torturas, los asesinatos, las violaciones, los atentados, las persecuciones, las masacres, las ejecuciones, los crímenes, las guerras.
Mapas y perros, publicada originalmente en 2014 en euskera, es la quinta novela de Unai Elorriaga. Merecedora del Premio de la Crítica en 2015 por su ‘visión pesimista sobre la condición humana’ y finalista del Premio Nacional de Narrativa y del Premio de Literatura de Euskadi, este libro propone una suerte de panóptico de la violencia capaz de trazar una ruta que sale de Algorta y surca el mundo, a través de una red de acontecimientos oscuros narrados con sordidez y precisión que nos sitúan frente a los espejos siempre convexos de la crueldad y el miedo. Es el primer título que publica Plasson e Bartleboom, nueva editorial de Alberto Sáez, uno de los fundadores de Libros del K.O.
La guerra ha terminado. España está en ruinas. En el cementerio de Alicante exhuman los restos de José Antonio Primo de Rivera. Sus camaradas falangistas van a llevarlo a hombros hasta enterrarlo en El Escorial, morada de reyes, sepulcro imperial. Durante once días y diez noches, el cortejo fantasmagórico avanzará por pueblos y ciudades entre hogueras, escarcha, brazos enhiestos y propaganda: una epopeya fascista de 467 kilómetros para demostrar quién manda en la nueva España.
Sin embargo, la guerra no ha terminado. Una memoria se está construyendo y otra memoria se quiere borrar. En esos días crudos del otoño de 1939, miles de vidas humildes sufren la zarpa de la represión. Presos, fusilados, exiliados, trabajadores forzados, internos en campos de concentración, maestros depurados, vencedores desgraciados para siempre. El régimen trata de esconderlos. Pero ahí están: presentes.
Paco Cerdà, que trazó el rostro humano del 14 de abril, compone una vibrante sinfonía de posguerra. Con un coro de voces olvidadas por la Historia. Con el delirio megalómano de un mito –José Antonio– al servicio de su amo: Franco. Presentes es un viaje al corazón de nuestras tinieblas. El conmovedor relato de quienes soñaron unos ideales jamás enterrados.