La narrativa breve de Thomas Wolfe, leída como se puede hacer en este volumen, seguida y hasta el final, es incomparable e inclasificable, y sus cuentos reunidos constituyen un corpus titánico que contiene un universo único. Inabarcable -palabra que él utiliza tantas veces-, infinito, puro, virgen, salvaje y extraordinariamente humano.

Con la traducción de Amelia Pérez de Villar -garantía de cuidado, exigencia y calidad- se agrupan, por primera vez en español, en la edición más exhaustiva no solo sus cuentos breves -« El invierno de nuestro descontento» o «Chickamauga»- sino también las narraciones más extensas -«El muchacho perdido» o «No hay puerta»- del escritor más químicamente puro que ha dado la literatura estadounidense, con casi sesenta textos inigualables.

La trayectoria de Thomas Wolfe, envuelto en una personalidad única, conflictiva y adictiva, estuvo marcada por su escritura desbordante, la relación indispensable con su editor y su muerte prematura con treinta y siete años. Un vendaval de literatura.

 

Polly, Dennis, Angela y Adrian, un grupo de jóvenes católicos ingleses, se ven, como todos, obligados a mantener su «inocencia espiritual» y su virtud durante sus años de universidad en Londres. Pero los sesenta no son precisamente una época sencilla para mantenerse firme en las «buenas costumbres». Por un lado, están el sexo y la píldora; por otro, la Iglesia no deja de amenazar con las penas del infierno a los más temerarios. Los años transcurren y el grupo pasa de la virginidad militante al matrimonio más o memos avenido, y luego al adulterio y al descreimiento más absoluto. ¿Hasta dónde puedes llegar si Dios te está vigilando constantemente?

Furiosamente autobiográfica, «Almas y cuerpos» es un ácido retrato de la Inglaterra que pasa de la de la fe a la pérdida total de la inocencia.

 

La alucinatoria vida de Athanasius Pernath transcurre en el gueto judío de Praga durante la dominación del Imperio austrohúngaro. Sucumbiendo al extraño influjo de un sombrero encontrado en una catedral, el protagonista intenta abrirse paso entre sórdidos crímenes y arcanas apariciones, al tiempo que comienza a entrever el carácter místico de la realidad y de su propio destino.


Gustav Meyrink llevó hasta sus más altas posibilidades narrativas el mito hebreo del coloso de barro que solo pueden animar aquellos que han descifrado el nombre secreto de la divinidad.


Personajes memorables, escenarios misteriosos y antiguas leyendas medievales se entretejen en un trasfondo onírico, de luces y sombras, recreado magistralmente por los collages de la artista chilena Alejandra Acosta.

 

La antigua explotación minera de Garden Hills ya no es lo que era. Desde que la refinería cerró sus puertas todo se ha vuelto gris. El horizonte es un borrón de ceniza, smog, hedor y escoria. Apenas se ve el cielo. Al pie de la colina ya solo quedan doce familias pendientes de un falso rumor. Fat Man, el antiguo Señor del Fosfato, desde su fortaleza en la cumbre, no puede moverse de lo gordo que está. Lo ayuda en todo lo que puede Jester, un jockey negro lesionado que vive en una cabaña apartada en compañía de Lucy, una mulata despampanante. Todo conduce a un lento declive hacia la extinción. Pero Dolly, la joven Reina de la Belleza que logró huir en su día de aquel agujero inmundo, acaba de volver de Nueva York con un plan (y una jaula) para sacar a Garden Hills del olvido.

«Más triste que un zoo. Gótico sureño en su máxima expresión, un paisaje del Bosco plantado en medio de Dixie.» JEAN STAFFORD, The New York Times Book Review.